Todas las tierras, todas las ciudades,
tienen mudas señales
para contar la vida de los hombres
que las ciudades tienen
y muelen su alegria con sufrimiento.
Son gestos de los ríos,
silencios dominantes de las torres,
abrazos de las plazas,
miradas especiales de las calles,
maneras de encontrarse
los barrios y los campos,
filosofía del vino en las tabernas,
tristeza personal de cada parque,
rostros muy propios
que las ciudades tienen
por donde arrancan locas,
igual que escalofríos,
las vías del tren,
o negras carreteras diseñadas
para anunciar el luto de marcharse.
Son llanos o encrespados,
abiertos o enfadosos,
los campos y el caráter
del árbol y la yerba.
Son distintas las voces
de dos temperamentos de azul.
Hay corajes diversos de llover
y soles muy surtidos
que sellan los sudores
y pintan los jardines
y calientan el tiempo
agrandando las horas o achicándolas...
Guillermo Díaz-Plaja