Busco en lo profundo de mis mares, esa cuota de luz anhelada. El respiro de paz necesario en esta infinita cotidianidad. Ése dejo de talento que nos vuelva a convencer. Busco repetidamente un alivio sanador. Volver a sentir, con ojos bien cerrados, las praderas bajo el sol. Un éxtasis divino de tranquilidad. Dejar a un lado esta inmunda oscuridad. Los muertos con los muertos deben descansar, mi cabeza abatida exige libertad. Inmóvil mi brazo se niega a proseguir, me pregunto ¿Qué ha pasado? ¿Cuánto han comido de mí? Entre gurúes y chamanes inventamos algún Dios, más poderoso que los poderosos, que nos brinde su perdón. Paso horas, días, semanas, siempre dentro de mi ser. Esclavo del laberinto en el patio del arlequín. Ya no sangran duelos mis manos, pero no saben que agarrar. En la ventana esta la vida, el mundo y lo demás. Tendré que hacer limpieza, si solo me siento a mirar.
Ricardo L. Cieri