El 6 de agosto de 1945, Hiroshima sufrió la devastación de un ataque nuclear. Ese día, cerca de las ocho de la mañana, los radares de Hiroshima revelaron la cercanía de tres aviones enemigos. Como medida precautoria, las alarmas y radios de Hiroshima emitieron una señal de alerta para que la población se dirigiera a los refugios antiaéreos.
A las 8:15 el “Enola Gay” lanzó sobre Hiroshima la bomba de uranio. Un ruido ensordecedor marcó el instante de la explosión, seguido de un resplandor que iluminó el cielo. En minutos se convirtió en un gigantesco “hongo” de poco más de un kilómetro de altura.
Tokio, localizado a 700 kilómetros de distancia, perdió todo contacto con Hiroshima. El alto mando japonés envió una misión de reconocimiento para informar sobre lo acontecido. Después de tres horas de vuelo, los enviados no podían creer lo que veían: de Hiroshima sólo quedaba una enorme cicatriz en la tierra, rodeada de fuego y humo. Alrededor de 120.000 japoneses, en su casi totalidad civiles, murieron, dejando un saldo de casi 300.000 heridos, entre los cuales gran cantidad presenta variaciones y mutaciones genéticas debido a la radiación a la cual estuvieron expuestos.
Hoy una nueva ciudad de más de un millón de habitantes ocupa la que fue arrasada. De la antigua solo queda el Parque de la Paz, epicentro de la explosión, y el edificio sin reconstruir de la Cúpula de Gembaku, símbolo de la cuidad.