La imagen captura una torre histórica con un techo de cobre verde y un reloj, rodeada de estrechas callejuelas del casco antiguo. La perspectiva está ligeramente inclinada, lo que añade profundidad a la composición y crea la sensación de que el espectador mira hacia arriba, en dirección al cielo. Esta perspectiva acentúa la majestuosidad de la torre y, al mismo tiempo, evoca una inmersión en el pasado. La atmósfera de la obra es nostálgica y poética, mientras que la sutil pátina y la textura le otorgan el carácter visual de una antigua postal, como si capturara un recuerdo de tiempos lejanos.
La torre con el reloj es el símbolo central de la imagen, representando el paso del tiempo, la historia y la continuidad. Su presencia domina el espacio y actúa como un testigo silencioso de los cambios que han ocurrido a lo largo de los años. Las callejuelas que enmarcan la escena generan una sensación de misterio y guían la mirada del espectador hacia la profundidad de la composición, sugiriendo un viaje no solo a través del espacio, sino también de la historia. La estética envejecida, los detalles desgastados y la luz suave refuerzan la atmósfera melancólica, como si la imagen atrapara un instante que ya ha pasado, pero que sigue vivo en esta representación visual.
El impacto general de la obra recuerda a un poema visual sobre el tiempo y la memoria. El techo verde de la torre, en contraste con los tonos suavemente desaturados de los edificios y el cielo, confiere al cuadro un carácter único donde se combinan la monumentalidad y la fragilidad. La perspectiva ascendente y la meticulosa textura crean la impresión de que el espectador ha entrado en un recuerdo suspendido entre el pasado y el presente, un momento perdido en el tiempo que, sin embargo, permanece eternamente apresente en la imagen.