En los centros históricos de las grandes ciudades, como es el caso de Madrid, se mezclan lo más moderno y sofisticado con espacios cutres, sucios y malolientes. Las fachadas de los comercios cerrados se convierten en superficies para empapelar con publicidad de espectáculos casposos, y los sin techo plantan sus mantas y cartones junto a terrazas frecuentadas por turistas y colocan vasos y cajas en el suelo solicitando una ayuda que casi nunca llega.