Desde luego, a mí, como a tanta otra gente, me gusta poder ver de cerca a los animales. Pero lo cierto es que no termino de entender cómo podemos seguir teniendo encerrados para nuestro recreo a animales de inteligencia superior como el elefante, el delfín o los grandes simios.
Los elefantes limpian de tierra las hierbas antes de comérselas. Tapan con cortezas los pozos para que el agua no se evapore. Algunos elefantes amaestrados a los que sus cuidadores ponen campanillas a cuello, las embozan con barro para que no suenen y poder entrar silenciosamente en las plantaciones de bananas por las noches.
Se reconocen en el espejo, lo que constituye una habilidad cerebral compleja.
Usan herramientas, se rascan con palos, emplean hojas para espantar a las moscas. Se lanzan proyectiles en las luchas jerárquicas. Desconectan las vallas electrificadas usando troncos y piedras. Tienen una memoria prodigiosa, tanto de situación como social. Se comunican constantemente llegando a urdir estrategias para sortear peligros o localizar fuentes de agua y comida.
Los elefantes ayudan a sus congéneres heridos o enfermos y veneran con ceremonias de respeto a sus muertos, algo que sólo comparten con los humanos.
Ya va siendo hora de que, por respeto, no los tengamos encerrados en los circos y en los zoológicos.