Fragmento del Coloso de Constantino. Museos Capitolinos (Roma).
A la muerte de Constancio Cloro en Britania, las legiones aclamaron augusto a su hijo Constantino. Galerio le reconoció y Constantino se mantuvo al margen de las luchas por el poder que se manifestaron en aquel momento hasta que Majencio se enfrentó contra él. Cuando las tropas de éste irrumpieron en Italia, Constantino le derrotó en varias ocasiones, siendo la definitiva la ocurrida en el Puente Milvio (28 de octubre de 312). El vencedor entró triunfalmente en Roma y se convirtió en augusto de la zona occidental mientras que Licinio se mantenía en oriente. Ambos firmaron en Milán el famoso edicto por el que se reconocía a la religión cristiana iguales derechos que a los cultos paganos. La guerra entre los dos augustos no tardó en estallar, finalizando en 323 cuando Constantino se convertía en soberano único del Imperio al vencer a su enemigo.
Su gobierno se inspiró en Diocleciano, restaurando el gobierno personal y suprimiendo la anarquía al tiempo que designaba a sus hijos como césares y les adjudicaba una zona del Imperio. La guardia pretoriana sería abolida y el ejército reformado de la misma manera que la administración sufrió un significativo cambio. La capital será traslada a orillas del Bósforo, a Bizancio que recibirá en el año 330 el nombre de Constantinopla. Como protector del cristianismo convocó el concilio de Nicea (325) en el que se condenó a Arrio. Antes de morir, Constantino fue bautizado por lo que la Iglesia católica se convertía en el principal apoyo del Imperio. Su sucesión recayó en su hijo Constantino II.