Esta obra presenta una interpretación contemporánea de la naturaleza muerta clásica con una marcada carga simbólica. La composición está dominada por objetos como un viejo reloj oxidado, una cigarra, una fruta seca y engranajes mecánicos, que juntos crean una narrativa visual sobre el paso del tiempo, el ciclo de la vida y la fugacidad de la existencia.
La disposición de los elementos es precisa, asegurando que cada objeto cumpla su papel en el discurso simbólico. El contraste entre la cigarra viva y la fruta seca genera una tensión visual que invita a reflexionar sobre la vida, la transformación y la inevitabilidad del cambio. La obra abre un espacio para la reflexión silenciosa, permitiendo que cada espectador descubra su propio significado, ya sea como un recordatorio de la fugacidad de la vida o como un indicio de esperanza hacia un nuevo comienzo.
La paleta de colores es suave, predominando los tonos terrosos y envejecidos, lo que refuerza la sensación de antigüedad e historia. La luz moldea sutilmente los objetos, creando sombras suaves y aportando profundidad a la composición. La textura patinada del fondo evoca la sensación de estar ante un fragmento de tiempo detenido, que a pesar de su quietud, continúa contando su historia.
La obra transmite una atmósfera contemplativa e introspectiva, donde la poesía visual habla del flujo del tiempo y de la belleza oculta en los pequeños detalles de la vida cotidiana. Cada elemento tiene su propio significado y, juntos, forman un todo armónico que invita al espectador a sumergirse en sus pensamientos, recuerdos e historias.