Esta imagen funciona como un cuento visual sobre la superposición del tiempo y el espacio en la ciudad. Captura un fragmento de una casa urbana con el rótulo “RESTAURANT” y una fila de ventanas, algunas cerradas con postigos y otras abiertas al mundo. La luz es suave, como si el día estuviera llegando lentamente a su fin. Todo está en calma, en silencio… salvo por los reflejos en las ventanas.
El elemento más destacado de la imagen son precisamente esos reflejos: en varios cristales se refleja un edificio histórico frente a la escena. Sus ornamentos blancos, columnas y estatuas se fragmentan en el vidrio como trozos de memoria. No aparece por completo, solo en fragmentos – pero incluso esos fragmentos hablan de su presencia, de lo que está fuera del encuadre, pero sigue formando parte de la escena.
La paleta cromática es tenue: la fachada amarillo tierra contrasta con el mirador gris oscuro del lado derecho. La zona en sombra genera una sensación de privacidad, de intimidad – como si miráramos un lugar donde ya se han apagado las voces y queda solo el susurro de la arquitectura. La composición es vertical, ritmada por las ventanas, que como compases guían el movimiento de la mirada hacia arriba y luego de regreso.
Esta imagen transmite nostalgia, pero también serenidad. No busca provocar emociones intensas, sino ofrecer un instante de pausa – una mirada a una escena urbana cotidiana que, gracias a la luz y al reflejo, se transforma en poesía efímera. Es una imagen sobre cómo incluso en lo cotidiano reside la belleza – si sabemos percibirla en los matices, en los reflejos, en el silencio entre miradas.