Evidentemente no me refiero a la chica sino a las palomas, esas que revolotean en torno tuyo mirándote las manos, buscando su premio, con una firmeza dominante, con un descaro acrisolado en la estupidez de millones de visitantes que no tienen nada mejor que hacer al llegar a una ciudad plagada de tesoros arquitectónico, artísticos y paisajísticos, que ir corriendo a un puesto de la Plaza de San Marcos para comprar comida para las dichosas palomas. ¿No es absurdo?
Venecia es una ciudad en la que se respira la historia, el arte, el estilo, la elegancia; una ciudad que te marca con sus horizontes de agua, con sus palacios de película, con sus canales malolientes, sus casas amenazantes y ese gentío que invierno y verano circula en todas direcciones mientras las descaradas de San Marcos hacen valer su fama.