Este es mi amigo Ádrian, el acordeonista rumano de mi calle. Un hombre sencillo, amable, educado y encantador que ha sabido ganarse a todo el vecindario.
Ádrian no estudió música, pero ha aprendido a tocar el acordeón de oído y lo hace realmente bien, con sentimiento, con arte, con el corazón.
Cada día me paro y lo saludo, le dejo discretamente una moneda y hablamos de esas cosas que hablan los vecinos: del tiempo, de lo difícil que está la vida...
Siempre con la ropa limpia y los zapatos lustrosos, Ádrian le da charla a todo el que se detiene y siempre mantiene su dignidad y su encanto.