Cuando llego a la protectora de animales en la que soy voluntario, la primera que sale a recibirme es Petenera. Se acerca moviendo la cola, olisquea y espera que saque una chuchería que, por supuesto, siempre llevo preparada. Luego vuelve a su rincón preferido y se tumba de nuevo al sol. Para mí es la pura imagen de la felicidad.