Cuando yo era niño todavía existían neveras que funcionaban con un trozo de barra de hilo, que cada día traían unos señores en un camión desde la fábrica de hielo. La gente se acercaba con una bolsa y aquel hombre les cortaba un trozo con un punzón y les cobraba lo estipulado. Ese trozo de hielo se metía en la nevera y mantenía las cosas frescas hasta el día siguiente.
Los niños del barrio, cuando veíamos venir el camión del hielo, siempre nos acercábamos pedigüeños, y aquellos buenos hombres picaban un poco de hielo en trocitos pequeño que nos íbamos chupando encantados.
Recuerdos de infancia que me volvieron viendo a este pequeñín con su cubito de hielo en la boca, tan contento.