Esta imagen es como un sueño atrapado en el cristal – una mirada caleidoscópica donde la realidad se refleja, pero ya no con precisión, sino convertida en poesía. La superficie reflectante de la ventana capta parte de una fachada histórica y un tejado típico cubierto de tejas de colores – pero todo aparece deformado, ondulante, como si fuera reflejado en el agua o en un recuerdo tembloroso.
La división vertical del vidrio fragmenta la escena en paneles que parecen páginas de un diario visual. Cada sección muestra una variación distinta de la misma realidad – una columna, un ornamento, un patrón, un color. El contraste más fuerte lo aporta un triángulo azul intenso en el centro, que actúa como ancla serena en medio de un mundo distorsionado.
La paleta cromática es cálida, dominada por tonos ocres, marrones, verde oscuro y crema. El tejado con su patrón diagonal aporta ritmo a la imagen, en contraste con las fluidas deformaciones de la fachada. El vidrio no refleja la realidad, la transforma – y convierte la arquitectura histórica en un motivo casi abstracto.
Mirar esta imagen provoca la sensación de un recuerdo borroso que aún intenta conservar sus contornos. Como cuando uno se despierta y recuerda un sueño – reconoce formas y colores, pero los detalles se desvanecen. Y justamente en esa deformación reside su belleza: invita a la interpretación, a construir tu propio relato.
La obra actúa como un diálogo entre el pasado y el presente, entre la realidad y su reflejo. Un reflejo que no muestra la verdad, sino una emoción. Y quizás esa emoción sea lo más verdadero de todo.