menu
Siempre Francisco Alberto.
In memoria
Podría concebir la idea de un Samborns sin Slim, pero sin Francisco Alberto me sería imposible.
Se fue un amigo de esos que nunca se van, de los que se despiden por momentos, pero luego regresan. De los que permanecen sentados en la mesa del recuerdo disertando con tus ideas, dirimiendo controversias e ironizando a la realidad. De esos que están por siempre en tus recuerdos por sus enseñanzas y sus hazañas, por su plástica y sus poemas, por las ideas tangibles y los sueños. Están en lo que haces y en los que dejas de hacer, con sus convicciones a toda prueba y en desaprueba. Por lo que recuerdas y por lo que olvidas. Por sus recurrentes exigencias y sus hilarantes ocurrencias cuando cuestiona lo establecido por los poderosos y los solemnes, por los que hablan por celular para esconder la voz, como solía decir.
Cuántos recuerdos con Francisco Alberto y con la raza, como también él mismo decía. Al rodar por los falsos andamios de la democracia, nos conocimos en 1990 en las oficinas del PRD y tuvo que ser ahí y en este tiempo, porque no podía ser en otro lugar y en otro tiempo. Tuvo que ser en los aciagos años del salinato, cuando el régimen atosigaban con enfermiza actitud a la expresión de la sociedad que representaba su fantasma en el frenesí de su legitimidad y en el camino a la modernización de México con la contrarreforma agraria y las negociaciones del TLC. Ese día bastó la expresión de dos ó tres conceptos, quizás hasta cotidianos, para descubrir que Francisco Alberto y yo nos conocíamos de hace mucho tiempo y teníamos por delante, junto a la demás raza, una senda de batallas que librar.
Por minutos Francisco Alberto observó el esfuerzo que yo hacía por convencer a la poca militancia que ante los embates del salinato debíamos emprender nosotros un proyecto de educación social participativa. Con años de experiencia en su haber dentro de la educación popular -después supe-, él pronto se ofreció para impartir talleres en colonias populares como la Revolución Mexicana, Independencia y a donde yo lo invitara. Eso sí, había que organizarnos bien, de tal manera que no faltara nunca el café, fue su condición.
Más tarde, a causa de las autoridades oscurantistas del ayuntamiento que intentaron hacer de las instalaciones del INBA un complejo comercial, fuimos eslabones que volvimos a unirnos para encadenarnos literalmente al recinto cultural y evitar así que los Bulldozer lo derribaran. Luego vino la exitosa lucha contra el pretendido tiradero nuclear de Sierra Blanca, Texas; la impartición de talleres de pintura donde se plasmara la situación de la frontera, la lectura de cuentos cortos en las unidades de transporte urbano para sacudir conciencias. Un sinfín de protestas contra la violencia hacia las mujeres en Ciudad Juárez y su solitario pero valeroso viaje a la Ciudad de México para difundir esta problemática.
Hoy recuerdo cuando tomó el rostro de mi hija y dijo, como ansiando que su inerte voz fuera escuchada por los juarenses: “- Por ellas debemos luchar”. No había más palabras, todo estaba dicho.
Y en los tiempos del complaciente Fobaproa para los poderosos, él partió del crucero bancario de la Avenida 16 de Septiembre y López Mateos en sentido inverso al Paseo Triunfo de la República, rumbo a la Panamericana.
Al que diariamente le faltaban los catorce pesos para pagar el café en el Samnbors y los cinco pesos de la propina para la mesera y que para conseguirlos vendía a los comensales de la mesa de al lado un cartel, un libro o un poema, en esta ocasión al salir de la frontera no aceptó ni de sus amigos, un solo peso. ¿La razón?Quizás su ortodoxia, muy probablemente le llegó hondo la descalificación que hacía el gobierno a las ONG,s por recibir apoyos económicos de algunas fundaciones.
Una vez recorrido más de 20 kilómetros a pié durante todo el día, el frío apretó en la tarde y noche, entonces lo esperamos en el kilómetro 30 de la carretera Panamericana y ahí le ofrecimos café y comida. Mis hijas y mi esposa por fin lograron convencerlo de que tomara el autobús para cruzar el desierto de Samalayuca y durmiera a borde del armatoste durante esa noche. El incrédulo agradeció la bendición y se fue a la capital.
En el Distrito Federal se reunió con sindicalistas, políticos y chavos punk a los que informó sobre las muertas y sobretodo de las mujeres vivas de Juárez. Así Francisco Alberto fue el heraldo que supo e hizo que se difundiera la problemática de Ciudad Juárez para presionar a las autoridades para obligarlas a detener la barbarie.
Regresó a Ciudad Juárez y continuó siendo el Francisco Alberto de siempre, el ideólogo y activista de la cultura con compromiso social. Francisco Alberto, el que mezclaba el café con el azúcar, al tiempo que la preocupación social con el humor. El que planeaba en las mesas del sanmborns y operaba en la calle, en las ruteras, en los estudios y en las organizaciones.
El que siempre es y será por siempre.