El 8 de diciembre de 1755 el cielo de Toledo se estremeció con el tañido inaugural de la campana de San Eugenio de la catedral, más conocida como «la Gorda». Contra lo que proclama la leyenda, el campanazo inicial no produjo estragos en los cristales ni hizo malparir a las embarazadas; pero supuso algo quizá peor para el orgullo toledano: la campana no sonó como debía, evidenciando los signos de una incipiente rotura.
Todavía sigue siendo, con sus casi 18 toneladas, la campana más grande de España, y sólo dos la aventajan en tamaño en el mundo: la gran campana del Zar, en Moscú, con sus gigantescas 216 toneladas, aunque rota y fuera de servicio; y la de la catedral de Colonia, con 24 toneladas, la primera más grande en activo.
El aparejador de la catedral no tardó en comprender que el mal sonido y la fisura de la campana se debían a un defecto de la fundición, y así lo dejó escrito en cierto documento, señalando que la quiebra descubierta «muy a los principios y muy sutil», fue debida por «haberse revuelto el metal liquidado con la tierra del macho o alma del molde; de que resultaron varias deformidades en lo interior de la campana y algunas cavernas cerca de las asas que se macizaron de estaño».