Por herencia histórica el madrileño es un superviviente, y ello lo ha convertido en un oportunista, en un pícaro.
En nuestras calles se han dado -y se dan- revueltas populares, golpes de estado, manifestaciones de todo tipo (prácticamente una diaria). El sentido práctico del madrileño se eleva a la enésima potencia y no hay recurso que el capitalino no sepa emplear en su provecho.
Un simple ejemplo de la indisciplina, de el descaro del madrileño puede ser esta sencilla saca de obra, que sucesivos viandantes han convertido en contenedor de basura con absoluta naturalidad.
Lo mismo ocurre con el aparcamiento en segunda fila (o en tercera), con la circulación en sentido contrario (si me ahorro una vuelta a la manzana), o con con dejar objetos como muebles, electrodomésticos y todo tipo de estructuras junto a los contenedores de basura (que alguien se lo llevará) cuando existen puntos verdes para dejar estos materiales.
Bueno, los madrileños somos así.