La Confitería del Molino, con su magnífica torre aguja, sobre la ochava, sus vitraux y sus ornamentaciones, fue perdiendo luz y color. Fue muriendo lentamente, mientras poco a poco albergaba a menos parroquianos en sus mesas. Su brillo había quedado arrumbado en algún arcón del pasado.Este, es uno de los rasgos de la personalidad de gran parte de los argentinos; tiramos abajo lo que más queremos, y después lloramos sobre el cadáver...