Al dejar atrás el lago Mivatn y acercarse a Namaskard sorprende el colorido de las montañas, el vapor de agua y un intenso olor a amoniaco. De camino se pasa por una estación geotermal y la carretera cruza un pequeño lago de aguas azules humeantes que brotan de la tierra. Una vez que llegamos a la zona nos sorprende la llanura surcada por corrientes de agua, y el vapor que emana de la tierra. Un cartel avisa de la temperatura del material fundido, de 50 a 100 grados bajo nuestros pies, en calderas de un magma grisáceo que borbotea en constante actividad.
En esta zona, los islandeses probaron a cultivar patatas. Consiguieron un rápido crecimiento por la temperatura de la tierra, pero descubrieron que el calor también cocía su interior, haciendo que los tubérculos no fueran comestibles. Cuando paseas por este lugar donde no hay vida posible, descubres que la tierra es un enorme ser vivo que respira dejando un rastro de montañas estériles que se funden en el horizonte con el verdor de la isla de hielo.