La bella Lola tomó su nombre de una habanera de Arturo Dúo Vidal y su cuerpo de bronce de las manos de la escultora Carmen Fraile.
La bella Lola vive en las rocas de la Cala del Moro, junto al paseo marítimo de Torrevieja; me atrevo a decir que mediterráneamente: serena, relajada, un tanto lánguida, viendo como rompen las olas, sentada en un largo banco encalado, blanco, cegador como el sol de estas tierras.
Ella representa a tantas madres y esposas que bajan a la costa cada atardecer esperando ansiosas la vuelta de sus marineros.
Bien es verdad que la bella Lola ya no espera realmente al que sabe que no volverá, pero es incapaz de dejar de mirar el horizonte azul, aunque su mirada, cansada ya de buscar, descansa a veces en los rompientes, con un gesto de aceptación y de cansancio.
Cuentan en Torrevieja, quizá sea sólo una leyenda, que la Lola escuchó rumores de tragedia y salió precipitadamente de su casa, vestida sólo con un camisón de algodón blanco y su oscura melena recogida en un moño. En el puerto no se hablaba de otra cosa: “La Gaviota”, el barco de su esposo y de otros diez tripulantes no volvería jamás porque la mar se había cobrado su tributo. Dicen que fue un 12 de mayo de 1919; dicen que desde entonces la bella Lola vela el regreso de su Antonio día tras día, ya para siempre.
A la bella Lola, con su corazón lleno de dolor, de amor y de esperanza, le ocurre como a algunos santos, que tiene el poder de la bilocación, es decir, de estar en dos sitios al mismo tiempo. Quizá por eso si pasas por Oviedo y te acercas a la Plaza del Fontán, también la verás allí, sentada en un banco, entre la fuente y la entrada del Arco de los Zapatos.
La bella Lola de Oviedo es una réplica exacta de la de Torrevieja, regalada por la ciudad Mediterránea con ocasión del hermanamiento de ambas localidades. Y dicen, no sé si será cierto, que si arrimas el oído al hombro de la Lola de Oviedo puedes oír, lejanamente, un rumor de las olas, quizá de los rompientes de Torrevieja.