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La obra presenta un estilo minimalista y geométricamente preciso, que combina elementos del realismo con una poética abstracta. El rasgo dominante es la pared de un azul intenso con marcos claros en dos ventanas, cuya composición crea una sensación de simetría tranquila. Aunque se trata de una escena arquitectónica concreta, las superficies de color y las formas geométricas otorgan a la imagen una dimensión atemporal y abstracta.
La paleta de colores es simple pero impactante. El contraste entre el azul, el blanco y los cálidos tonos de las tejas evoca la atmósfera de la arquitectura costera. Esta armonía cromática refuerza la sensación de paz y de luz solar, como si la imagen trajera un pedazo de verano y calidez a lo cotidiano. El minimalismo de la obra se manifiesta en la reducción de la composición a sus elementos esenciales, permitiendo al espectador centrarse en los delicados detalles, como los juegos de sombras, la textura de las paredes y la pátina de las persianas de madera.
La luz nítida y las sombras pronunciadas crean líneas gráficas que dinamizan la imagen y le aportan profundidad. Las líneas de sombra sobre la pared azul actúan como un elemento visual que divide la composición en diferentes segmentos, dotando a la obra de un nuevo ritmo y armonía visual. La textura patinada de los bordes de la imagen recuerda a las antiguas postales, intensificando la sensación de nostalgia y del tiempo que ha dejado su huella.
El estilo de la obra puede describirse como una poesía visual. La combinación de arquitectura sencilla, colores vibrantes y luz suave crea una historia silenciosa sobre lugares que respiran calma. La imagen logra transmitir un estado de ánimo, emociones y un relato sin necesidad de detalles superfluos, ofreciendo al espectador un espacio para su propia interpretación y para vivir un momento en el que el mundo se desacelera y el sol pinta sombras en la pared azul.